domingo, 15 de enero de 2017

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Cuantas finales deben quedar en el recuerdo triste para que una alegría sacuda los corazones de los argentinos hablando de deportes? Entre el tenis y el fútbol somos una máquina de ganar partidos, pero no campeonatos. Cinco finales tuvieron que pasar para que Argentina se saque el lastre de un sueño que parecía imposible en un deporte individual, en este caso jugando por equipos. Pasaron Vilas, Clerc, Jaite, Frana, Cañas, Gaudio, Coria, Nalbandian sólo por citar a los cracks, del resto la gente se acuerda poco. Pero fue esta vez que con una bandera como lo es Del Potro, finalista en la recordada Davis del  2008, el que llevó de la mano a un grupo de entusiastas, incluído el propio capitán, a ganar un trofeo esquivo y deseado por el deporte argentino a lo largo de su historia. Hace poco, Nalbandian dijo, a modo de explicación sobre aquella final con Nadal y compañía en Mar del Plata que: “Le dije que si tenía que decir algo que lo diga, porque cada vez que le preguntaba algo no sabía nada”. Al margen de disputas por sedes preferidas para el evento y situaciones distintas entre los tenistas (N. del R.: En ese tiempo puede que aquella final haya encontrado a un Nalbandian dispuesto a hacerlo durante todo el año y a un Del Potro joven, que recién ganaba US Open y venía de jugar el Masters; hoy Del Potro está en otro momento de su carrera, que concuerda más con la idea de ir por la camiseta que por su propia realización personal) Lo cierto es que esta Copa tan ansiada demostró dos cosas. La primera es que se nos está permitido ganar finales, no es poco haber comprobado eso, esperemos que el fútbol pueda capitalizar este logro “ajeno” cuanto antes. Y lo segundo es que cuando se trata de un deporte de equipo, sólo un equipo dentro y fuera de la cancha triunfa.

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