Cuantas finales deben quedar en el recuerdo
triste para que una alegría sacuda los corazones de los argentinos hablando de
deportes? Entre el tenis y el fútbol somos una máquina de ganar partidos, pero
no campeonatos. Cinco finales tuvieron que pasar para que Argentina se saque el
lastre de un sueño que parecía imposible en un deporte individual, en este caso
jugando por equipos. Pasaron Vilas, Clerc, Jaite, Frana, Cañas, Gaudio, Coria,
Nalbandian sólo por citar a los cracks, del resto la gente se acuerda poco. Pero
fue esta vez que con una bandera como lo es Del Potro, finalista en la
recordada Davis del 2008, el que llevó
de la mano a un grupo de entusiastas, incluído el propio capitán, a ganar un
trofeo esquivo y deseado por el deporte argentino a lo largo de su historia. Hace
poco, Nalbandian dijo, a modo de explicación sobre aquella final con Nadal y
compañía en Mar del Plata que: “Le dije que si tenía que decir algo que lo
diga, porque cada vez que le preguntaba algo no sabía nada”. Al margen de disputas
por sedes preferidas para el evento y situaciones distintas entre los tenistas
(N. del R.: En ese tiempo puede que aquella final haya encontrado a un
Nalbandian dispuesto a hacerlo durante todo el año y a un Del Potro joven, que
recién ganaba US Open y venía de jugar el Masters; hoy Del Potro está en otro
momento de su carrera, que concuerda más con la idea de ir por la camiseta que
por su propia realización personal) Lo cierto es que esta Copa tan ansiada
demostró dos cosas. La primera es que se nos está permitido ganar finales, no
es poco haber comprobado eso, esperemos que el fútbol pueda capitalizar este
logro “ajeno” cuanto antes. Y lo segundo es que cuando se trata de un deporte
de equipo, sólo un equipo dentro y fuera de la cancha triunfa.
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