En general, lo que sabemos que trae por detrás la
organización de un Mundial de Fútbol es que cuando el árbitro pita, comienza no
sólo el partido, sino muchas otras cosas en las que vamos a dejar de pensar
durante un mes entero, pegoteados a cualquier televisor que devuelva una. No obstante, se nota que
tenemos ganas de festejar algo, que lo necesitamos. Así se darán cita los
sociólogos para explicar lo que nadie puede. Sólo levantarse para ir a trabajar
puede ser motivo para sentirse vivo, pasa en todos y en el que no pasa, no pasa
hasta que esa ilusión los contagia y entonces pasa, inexorable, los alcanza.
Una vez más cada cuatro años se ven banderas argentinas en una ventana, en los
taxis, en los restaurantes, ni hablar el día que juega la selección. Como un
rito pagano, una nación entera se envuelve en una energía que atraviesa a
todos, a veces intensa, otras, menos romántica. De repente el colectivero abre
la puerta con un gorro de la selección y el que sube lo saluda. Empalagoso o no
una panadería un día de partido puede ser una convención, el trabajo un congreso, la facultad un club, los amigos un abrazo. No queremos
mundiales más seguido, cada cuatro años está bien. Podemos vivir así? difícil,
pero no es poco saber que un mes entero de una aventura que nos une un poco más, nunca será tiempo perdido.
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