Lo que intuimos habitualmente cuando
disfrutamos del calor del Sol y vemos a nuestro alrededor, sobre todo en
primavera, manifestarse la fuerza de la vida es la íntima dependencia del Sol
que tenemos como humanidad. Es la misma intuición que tenían los antiguos
egipcios que habían instituido a Ra como el dios dador de vida y responsable de
la muerte e inicio, a continuación, de un proceso de glorificación en el que
creían y que representaban con el Sol del mediodía en su máximo esplendor sobre
su cabeza de halcón. Lo que se intuye es esta capacidad que tiene el Sol de
entregarnos su valor más preciado: su energía. Se calcula que el Sol se formó
hace unos 4.600 millones de años y que seguirá siendo tal como lo conocemos
otros 5.000 millones de años, declinando luego y “agotando su vida” en unos
2.500 millones de años más. Podemos afirmar que la energía solar es, por lo
tanto, de disponibilidad infinita en relación al lapso de vida esperable de una
persona que, en promedio mundial, es de 71,4 años según el cálculo dado en 2015
por la Organización Mundial de la Salud. Casi es imposible comparar las
duraciones entre la vida del Sol y la de la vida humana. Para tener una
apreciación más de la enorme distancia entre las dimensiones de la estrella de
nuestro sistema solar y las de nuestra corta vida, cada segundo de estos por lo
menos 5.000 millones de años de su “funcionamiento” el Sol producirá, por un
proceso que le es propio, la transformación de 5 millones de toneladas de
hidrógeno en energía. Si en un segundo produce esa energía tratemos de imaginar
lo que producirá cada día. Nuevamente… la dimensión de las cosas que atañen al
Sol es para nosotros inconmensurable, tal como la suma de la energía que
produce y que entrega. Sin embargo, no toda la energía que sale del Sol en
dirección a la Tierra llega a la superficie de nuestro planeta: se estima que es
sólo la mitad. Esta energía solar llega en forma de luz y de radiaciones que
nuestro ojo no percibe: la infrarroja y la ultravioleta. De esta última, aunque
llega poca gracias a la capa de ozono, conviene protegernos para evitar daños a
la salud. A través de la fotosíntesis de las plantas gracias a sus hojas, la
energía solar es aprovechada por la biosfera, es decir, por la esfera de vida
que recubre la corteza del planeta: el conjunto de los organismos que,
interrelacionados entre sí, constituyen la trama del hábitat más o menos complejo
según las distintas características del territorio. La humanidad es parte de
ese conjunto de organismos. Repitiendo su ciclo de vida, las plantas surgen de
sus semillas cuando las condiciones de humedad y temperatura lo posibilitan y
se desarrollan según un programa preestablecido para cumplir con el objetivo
esencial de hacerse alimento de algunos animales. Luego, otros animales se
alimentarán de los anteriores. Esta cadena de alimentación (la cadena trófica) es
la que también nos permite a nosotros, los seres humanos, recibir los elementos
necesarios para la subsistencia de nuestro cuerpo. El origen de toda esta
posibilidad de vida es la energía que llegó, llega y llegará a la Tierra
entregada por el Sol y, por lo que sabemos gracias a las investigaciones
científicas, esta energía es generada consumiéndose el Sol a sí mismo. Propongo
que admiremos semejante generosidad.
Arq. Arnaldo Postiglioni
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