Marzo es el
mes de la Mujer
y de la Memoria
por la Verdad
y la Justicia ,
un momento del año que se caracteriza por su gran contenido social. Quisimos
conocer a una mujer que enlace ambas fechas y por eso entrevistamos a Visitación Folgueiras de Loyola, una de las
primeras integrantes de la agrupación de Madres de Plaza de Mayo. “Visita” como
la llaman sus compañeras reside en una modesta casa de Caseros. Es una de las
tres Madres que viven en nuestro distrito. Es una mujer humilde, de 89 años que
a simple vista parece dura, pero con el transcurrir de la charla deja entrever
su sensibilidad y el dolor que aún hoy después de tantos años, le provoca su
historia de vida. Su hijo Roberto Mario Loyola de 22 años y su nuera “Sandi”,
Dominga Maizano de 21 años, fueron secuestrados el 21 de diciembre de 1976 en
su casa de Loma Hermosa, donde vivían con su pequeño hijo.
¿Qué sabe de
ese momento?
Ese día mi
nuera estaba cocinando con una vecina que le enseñaba una receta. La vecina con
mi nieto en brazos, fue hasta su casa a buscar un condimento que necesitaban
para la comida, fue en ese momento cuando como salvajes, ingresaron a la
vivienda y se los llevaron. Nosotros nos dimos cuenta que algo había pasado,
porque ellos tenían por costumbre pasar todas las noches por casa y esa noche
no lo hicieron. Al día siguiente mi marido fue hasta Loma Hermosa y al llegar ,se
encuentra con la sorpresa de que había gente que se estaba llevando los
muebles, al preguntar que pasaba, le apuntaron y le dijeron que sus hijos estaban
prófugos. A mi marido le pegaron mucho, lo lastimaron, pero lo dejaron ir. Los
vecinos, testigos de lo sucedido, un matrimonio uruguayo muy solidarios,
tuvieron que mudarse porque los estaban vigilando. Desde ese momento nuestra
vida fue un continuo deambular, primero radicamos la denuncia en la comisaría 3ra de Villa
Lynch, allí nos dijeron que no sabían nada, después se comprobó que frente al
destacamento, en un jardín de infantes, funcionaba un centro de detención donde
se estaba torturando gente. Estuvimos en Tribunales, recorrimos todas las
comisarías, fuimos a ver al obispo de la diócesis de San Martín, Monseñor
Menéndez, que no era militar pero profesaba sus mismas ideas, formaba parte de Caritas
y administraba toda la economía de la curia, se quiso escapar y lo corrimos, lo
agarre de la sotana y le pregunte donde estaban mis hijos, por supuesto su
respuesta fue que no sabía, que me acercara a la Iglesia Stella Maris, en Retiro,
que ahí me iban a dar información, mentiras. Íbamos a todos lados, no sabíamos
a quien recurrir, presentamos habeas corpus. Los únicos que nos prestaron
atención en ese momento fueron los integrantes de la
Cruz Roja. Cuando volvimos a casa de mis
hijos, pregunté por mi nieto, Pablo, que en ese entonces tenía seis meses, lo
tenía la vecina, si no hubiese sido así, también tendría un nieto desaparecido.
¿Cuál fue su
pensamiento cuando se enteró del secuestro?
Lo primero
que sentí fue “me los van a devolver”,
yo sabía que no habían hecho nada malo, solo trabajar. Concurrían a los barrios
carenciados de José L. Suárez, colaboraban mucho junto a otros compañeros que
yo conocía, porque cuando llegaba de la fábrica Grafa donde trabaje 35 años y
conocí a mi marido, me encontraba con ellos, estaban en mi casa, tres eran
médicos del Policlínico de San Martín. Me sentía furiosa y triste a la vez,
porque no tenían derecho a llevárselos. Sabía que eran buenas personas, estaba
muy orgullosa de mi hijo, sabía lo que hacía, que estaban ayudando. Cuando
Marito abría la heladera y la veía muy llena de alimentos, me decía “mamá
tenemos que compartir con los que tienen
menos, no dar lo que te sobra, sino compartir lo que tenés” yo contestaba que trabajaba para tener lo que
tenía y el me decía “hay gente que no puede trabajar porque no hay trabajo para
ellos”. Una vez le pregunte por una campera que le había regalado y me dijo que
se la había dado a alguien que la necesitaba más que el, porque la que el tenía,
todavía estaba en buenas condiciones. Tanto mi hijo como mi nuera trabajaban
mucho por los más necesitados, en las villas no había agua y ellos les
instalaban bombas para sacar el agua de los pozos, hacían una tarea social,
daban a clases a las madres para enseñarles como cuidar y tratar a sus hijos.
Llegaban muy cansados pero felices, por eso digo que fue una injusticia lo que
hicieron con ellos.
¿Cómo fue el
encuentro con la Madres ?
Al principio
no encontrábamos con otras madres en las Iglesias, en mi caso en la de Villa
Pineral, en Caseros y cuando éramos más, para no despertar sospechas nos reuníamos
en las misas de la Iglesia
de José L. Suárez. En un comienzo no iba los jueves a la Plaza por mi trabajo, pero
sí, participaba de las reuniones que eran
entre las seis y las siete de la tarde, iba a todos los lugares donde iban las
madres
¿Cumplía alguna
función específica?
Nada, yo
acompañaba, era una más, que luchaba para encontrar a mis hijos con mi marido,
siempre a mi lado, el trabajaba en el correo y a la hora de la ronda en la
plaza, se iba para allá. Al principio nos poníamos el pañuelo con el nombre de
cada hijo, yo llevaba el de los dos, Sandi y Mario, pero después al saber que
había algunas mamás que no venían, decidimos pedir por los 30 mil desaparecidos. Hubo un periodo en que se quería acallar
nuestra lucha, decretando que los desaparecido estaban muertos, si eso pasaba caducaba
la causa, por eso teníamos un eslogan “con vida se los llevaron, con vida los
queremos” Buscábamos justicia, porque el delito que se había cometido no debía prescribir
y las causas por homicidio después de un tiempo concluyen y se cierran. Esa fue
nuestra lucha dentro de la democracia. No podíamos aceptar la obediencia debida
y el punto final. La historia no debía terminar, ni quedar inconclusa.
¿Como era la
relación entre las Madres?
Había
diferentes ideas, algunas éramos más activas y otras más diplomáticas. Azucena
Villaflor, estaba en nuestra línea, fue una de las desaparecidas. Estábamos
juntando plata para publicar una solicitada, lo que no fue fácil, pero pudimos
hacerlo, la publicamos en el diario La Nación. Cuando
Azucena fue a comprar el diario para leer la solicitada que habíamos publicado,
en la esquina de su casa, la secuestraron, fue después del secuestro de las
monjas y de dos madres de la
Iglesia de la Santa Cruz.
¿Porque cree
que decidieron secuestrar a Azucena?
Ella era
directora de escuela, muy activa y muy conocida, las demás éramos amas de casa,
obreras, ella fue la cabeza del grupo, nuestra lider. Después de todo lo que
pasó, el 22 de agosto de 1979, se realizó una elección en la que gano Hebe por
amplia mayoría y en 1986 quienes no estaban de acuerdo se alejaron y formaron
otra agrupación a la que llamaron Línea Fundadora.
¿Que fue lo
que separo a las madres?
Uno de los
problemas fundamentales tuvo que ver con una cuestión económica. Fue cuando el
Dr. Alfonsín quería indemnizarnos, para eso debíamos firmar un certificado en
donde aceptábamos que nuestros hijos estaban muertos. Nuestra postura fue un no
rotundo, ”no vender la sangre de nuestros hijos”, “no a la exhumación de
cadáveres”, porque muchos fueron arrojados al mar, drogados, en bidones con concreto, (según cuenta Adolfo Stilingo
en “Relatos del Horror”) lo que hacia imposible que aparecieran sus restos. Fue
ahí cuando nos convertimos en Madres de los 30 mil Desaparecidos. Ahora cada línea lucha a su manera y nos
respetamos las unas a las otras. Nosotras ya no nos ocupamos de los juicios,
para eso están los abogados. Lo que si hacemos es seguir el camino de nuestros
hijos, mejorando la vida de los que más necesitan, por eso trabajamos en los
barrios más necesitados, hacemos caminos, cloacas, agua corriente, gas,
bibliotecas. Hemos vivido una defraudación muy grande, teníamos la ilusión de
hacer viviendas, pero aquellos en los que tanto creímos, nos estafaron y por
ahora no podemos. Cada una de nosotras tiene su idea política, pero
simpatizamos con el gobierno de Néstor y
con el de Cristina. que fueron quienes nos revindicaron y se solidarizaron con
nosotras. Después de todos estos años hemos logrado otra relación con las
fuerzas armadas, muchos militares jóvenes han hecho un cambio, han venido a la Asociación a pedir
disculpas y algunas veces hasta nos acompañan a las villas. Ha pasado el
tiempo, sin embargo todos los días pienso en ellos y cuando me pongo el
pañuelo, es como que me lleno de una energía que me hace fuerte para seguir
adelante en esta lucha.